«Yo quiero ver el mar.» Le dijo una vez un joven de 19 años a su padre. Con una frase así de simple, con un inocente acto, nacía una de las historias más bonitas del culturalismo. Aquel joven era César Rodríguez y el equipo que lo pretendía el FC Barcelona. Ese día de primavera de 1939 no solo nacía la leyenda del que quizás sea el fruto futbolístico más rico que ha dado esta dura tierra, sino una relación entre Barcelona y la Cultural que ha llegado hasta nuestros ´días, y como veremos más adelante, hoy está en muy buenas manos.
Durante 14 temporadas César, nuestro César, defendió la elástica «culé», llegando a convertirse en el máximo goleador de la historia del club, récord y honor que mantuvo hasta que en 2012 un tal Leo Messi le arrebató dicho mérito. César pasó a ser leyenda, a ser uno de los principales pilares del club de Les Corts, y esto tuvo una consecuencia: la Cultural se quedó a vivir en Barcelona. La ciudad condal fue el hogar del futbolista hasta que dejó este mundo en 1995, pero él nunca dejó de hablar de León y nunca abandonó a la Cultural. Por ejemplo en las oscuras épocas de la década posterior a nuestro ascenso a Primera, fue el primero que arrimó el hombro para que el escudo que el defendió en la máxima categoría no desapareciera.
Pero no sólo fue él el que encendió la llama del culturalismo en la Ciudad Condal, pues siempre que hubo leoneses allí, hubo culturalismo. Y desde luego era de agradecer, pues este era uno de los viajes más complicados que podía hacerse en categoría nacional, más complejo incluso que viajar a Canarias. Suponiendo que un partido fuese un domingo, la expedición debía salir el jueves o viernes de la ciudad, hacer noche en Zaragoza, y viajar a Barcelona, donde quizás había que hacer otra noche. A la vuelta más de lo mismo. Tras este largo viaje, desde luego era más que agradable encontrar paisanos en las gradas. Esta circunstancia no se daba solo en el caso de la capital sino en toda la región. Jugar contra equipos como el filial del Barça o el Sant Andreu (o San Andrés que se decía entonces), así como los Tarrasa, Sabadell, Reus etc. presentaba las mismas complicaciones de desplazamiento y las mismas alegrías de encuentro entre compañeros culturalistas.
Por desgracia, los devenires de nuestra historia alejaron a afición y club. Pese a que en algunas fases de ascenso la Cultural visitó la región catalana, en choques ante el filial del Barça y el Lleida, ese tiempo y la distancia dejó muy tocado el sentimiento. ¿Suponía el fin del culturalismo en Cataluña? Claro que no, esto nunca terminó.
Hace pocos meses aquella llama del culturalismo que parecía apagada en la ciudad condal resurgió. Entre Canaletas, Plaza España, La Rambla y el Tibidabo aún queda sitio para la Cultural. Así lo pensaron un grupo de entusiastas culturalistas que, con la Casa de León como epicentro, decidieron recuperar la gloriosa herencia del culturalismo en una tierra tan lejana. Paso a paso, sin apenas meter ruido, la idea se convirtió en realidad, debutando con una excelente victoria ante el Coruxo el pasado fin de semana. Este recuerdo va dedicado a ellos, a todos los culturalistas de Barcelona y de Cataluña en general y a nuestra peña en particular. Porque ser culturalista siempre fue difícil, pero aún más lo es serlo tan lejos. Gracias por dar vida a esto.
Rodrigo Ferrer Diez