Recuerdos del culturalismo: Historia de un asiento

En octubre de 1949 se estrenó una de las obras más importantes del teatro español del siglo XX, Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo. El título de tan recomendable obra me sirve para poner nombre y alma a otra historia, también de aventuras y desventuras, de ilusiones, triunfos y fracasos, la historia de un asiento. Hace unos días me llamó un buen amigo y me dio una de esas noticias que uno no espera y que quizás por eso, saben tan bien. 

?Oye que tengo un asiento del Antonio Amilivia, ¿lo quieres?

¡¡Obviamente que lo quería!! El historiador cubano Fernando Ortiz en una ocasión dijo que “el positivo progreso están en las afirmaciones de las realidades y no en los reniegos”. Pues os puedo afirmar que por caprichos de la vida y de la naturaleza, no pude conocer en persona el Antonio Amilivia por dentro, por lo que en un principio no pude o no supe ubicar donde pudo estar el asiento. Me parecía bastante nuevo por lo que supuse que no llevaría mucho tiempo colocado en el campo. Tuve que recurrir a otro buen amigo, Román, de la Peña Culturalista de Madrid, que me confirmó que efectivamente era uno de los asientos de Preferencia, de los pocos que había por otra parte, ya que cualquiera que recuerde el campo tiene en mente el frio cemento.

¿Cómo pudo terminar esta pieza de museo en mis manos? Para eso tendremos que viajar en el tiempo al 31 de octubre de 1998, el último día de servicio de La Puentecilla. Tras más de cuatro décadas al servicio del culturalismo y de la ciudad, el progreso llamó a las puertas de la ciudad de los reyes. Aquel sábado fue una fiesta para los culturalistas en la victoria frente a otro clásico de la categoría de bronce, el Barakaldo. Con el pitido final empezó la fiesta, como se hace en estos casos, el escenario fue testigo de un masivo pero entrañable saqueo de césped, redes de porterías? y asientos. Hasta el propio Ayuntamiento fue parte del mismo, llevando los focos al Golpejar y los banquillos al campo de Pinilla ?donde, aún recién repintados, siguen ubicados?. Aquellas reliquias, como si de los fragmentos de la Santa Cruz en la Europa del siglo X se trataran, recorrieron la ciudad, la provincia y el mundo entero. Dos días después comenzó la demolición del campo.

Aunque solo estuviera allí la parte final de su servicio, tener una parte del Amilivia no solo es tener una parte de la Cultural, sino de la ciudad. Es recordar a la Cultu, a todas sus categorías inferiores y equipos de cantera que allí jugaron, es recordar los aluches, revivir conciertos de artistas de la talla de un padre del rock?n roll como fue Joe Cocker o de una banda tan mítica como Héroes del Silencio. ¡Cuántas cosas vividas entre aquellas cuatro paredes! Fuera el atrezo uno u otro momento, la cosa es que esto fue parte de aquel mágico escenario donde tantas alegrías y tardes de euforia se vivieron. Ahora vuelve a manos de la Cultural con un deseo, que más bien es un objetivo: ojalá pronto pueda estar en un museo del culturalismo.

Rodrigo Ferrer Diez,

Historiador de la Cultural y Deportiva Leonesa     

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